martes, 26 de enero de 2010

Km 84, una aventura andina.

Afuera llueve, tanto que parece que el techo está pronto a caerse encima nuestro; adentro, mi cabeza enamorada y una almohada promiscua aprovechan sus últimos momentos antes que la mañana las pesque infraganti.
Desde el otro lado de la puerta que acaban de golpear, una voz femenina dice: “Chicos, que se les va el tren.”...silencio...ninguno de nosotros atinó a dar señales de vida. Justo cuando la puerta iba a sonar nuevamente, mi cerebro hizo el click, “no te preocupes, nos tomamos el de las 10...” Todos sabíamos que esa era una gran mentira, pero servía de consuelo para seguir soñando.
Valle cerrado, río caudaloso, lluvia incesante y tren que se va, el cocktail perfecto para un buen thriller de terror, un pseudo Hostel pero sudamericanizado. En ese momento, mientras mi cabeza y la almohada volvían a su idílico romance, en una parte de mí emergió una irracional claustrofobia, no tan irracional si se piensa en el thriller y los condimentos del mencionado cocktail. Claustrofobia que fue acallada inmediatamente por un sueño que se apoderaba de todo y de todos.
Rebeldones como nos veíamos en ese momento, nos rehusábamos a pagar un ticket de ida y vuelta cuando sólo tomaríamos un tramo; era la manera que tenía la empresa ferroviaria de contrarrestar las perdidas que el camino del inca le generaba. Una auténtica estafa que no estábamos dispuestos a promover. “De ultima, un día más de caminata no mata a nadie...” repetíamos constantemente intentando justificar nuestras intenciones.
Como queriendo burlarse de nosotros, la lluvia ceso brevemente en cuanto nos dispusimos a caminar, pero insisto: brevemente. No sabíamos ni para donde teníamos que encarar, teníamos todo el día, o por lo menos eso creíamos. Fue una sola pregunta, pero el aldeano nos miró como si fuésemos la inquisición ¿A dónde va el tren? “hacia allí, hay que remontar el río” no dijo continuando con su faena y sin siquiera mirarnos a los ojos.
Mochilas al hombro y andar enérgico; silencio stampa y mente perdida; pasos y más pasos. Fueron varias horas rodeados de un paraíso andino que sólo se ve en documentales. De tanto en tanto saltábamos de las vías para esquivar el tren de turno. Refugiarnos de la lluvia era inútil, es como si al estar tan altos las gotas no lleguen a desarmarse y allí sean más gordas que en cualquier otro sitio.
Como aquel segundero que de tanto mirarlo a veces va en sentido contrario, los carteles indicadores del kilometraje de la vía se hacían rogar y religiosamente cada dos kilómetros festejábamos su presencia. Saltando, abrazándonos y realizando el tan ansiado traspaso de mochila (es que con mi compañero habíamos tomado la sabia decisión de juntar pertenencias y ahorrarnos una carga innecesaria en la espalda de quien se viese beneficiado por el turno en cuestión).
De cartel en cartel la mañana fue pasando, brevísima merienda de por medio; así también la tarde. En todo ese tiempo los senderos brillaron por su ausencia y cuando aparecían, nuestras cansadas rodillas y castigados tobillos lloraban de la emoción. Es que verán: de los muchos kilómetros que caminamos, muy pocos de ellos habían sido beneficiados con otro camino que no fuesen las duras y rocosas vías del tren. Empujados a avanzar todo el tiempo, varias fueron las ocasiones en que no dimos buen pie o no del todo bien, doblándonos o forzando una posición poco conocida en la memoria de nuestro cuerpo.
El destino dejó de ser lo importante y, a pesar de todo, el camino fue lo que más disfrutamos. Encontrarnos en medio de Los Andes, a principios del siglo XXI y aislados de todo, era como una aventura soñada y que continuaba a pesar de los tres días de caminata que precedieron a aquella jornada por las vías; jornada llena contratiempos climáticos y orográficos. Así y todo, éramos felices y de eso se trataba el camino ¿o no?
Cuando el día comenzaba a extinguirse y exponencialmente crecía nuestra preocupación, en un paraje olvidado, encontramos un almacén. El hambre se había apoderado de nosotros y el cansancio reclamaba reponer energías de la forma que fuese. Creo que ha sido la comida mas cara de mi vida, pero su valor fue más trascendental que lo económico. Descontando el sándwich que nos comíamos, el “almacenero” dio la mayor alegría del día: sólo faltaban unos pocos kilómetros para el fin de nuestro recorrido.
Renovados física y espiritualmente nos dispusimos a avanzar como si recién arrancásemos la travesía. Éramos un puñado de energía desbordada, nos reíamos sabiendo que, aunque insignificante universalmente, aquella había sido una proeza digna de contar en muchas reuniones familiares. Seríamos los grandes exploradores que nuestros nietos invitarían a participar en mesas redondas de colegio.
Ella, tan celosa y persistente quiso darnos la despedida a su modo; faltando doscientos metros para la van que aguardaba a aquellos gritones turistas, la lluvia de desató con furia como queriendo ser la frutilla del postre. En ese momento y con las pocas fuerzas que nos quedaban, mi hermano se giró me abrazo muy fuerte y luego dijo:

“Puede que no lleguemos a viejo juntos, pero de estos no nos olvidamos nunca más...hijo de puta”

Yo se que llegaremos a viejo juntos y que los nietos harán las delicias con nuestras historias, después de todo, amigos así no se encuentran en cualquier vía de tren.

jueves, 21 de enero de 2010

Esperando confirmación

Mediática y disciplinaria por parte de las autoridades competentes. Es un viaje de ida, en el que uno se expone a lo peor.
En breve tendré novedades, me ha ilusionado mucho y cuando me lo devuelvan lo primerísimo que hago es postearlo.

besos, abrazos, palmadas, corridas al encuentro y de nuevo abrazos.

Tibu, un chico de gira

miércoles, 6 de enero de 2010

No queda otra.

Así es, y por mas que uno se ponga nostálgico e intente volver atrás, nada de eso sucede, el tiempo corre, avanza, cambia, evoluciona. Terminamos la primer década del siglo XXI y aun muchos esperan los autos que vuelen o la teletransportación. Tránquilos que ya va a llegar, como dice el rosarino "lo importante no es llegar, lo importante es el camino".
También lo bueno muchas veces no es el camino en si, sino los caminantes que uno se va encontrando. En el recorrido muchos son las caras que me he cruzado, algunas muy buenas, otras excelentes y hay quienes no han sido benefactores de la causa, pero a todos les he (hemos, contando al hermanito/wingmate) respondido con la mas grande de mis (nuestras) sonrisas.
Aquí está un pequeño recuerdo de aquellos con los que estoy compartiendo el camino en este momento. Incluye mis primeros pasos en la edición de videos y un pequeño saludo final, espero les agrade...

Tibu, un chico del nuevo decenio




pd: sean benévolos con mi ópera prima, acepto sugerencias...